Flora intestinal

En el contexto de las ciudades pequeñas, con sus cuotas de poder asignadas por la centralidad y por el mundo global, algunos cargos institucionales son sorteados entre los que se consideran hijos legítimos de las burguesías locales. No es necesario echar mano del nepotismo, los propios poderes externos, ya sean multinacionales o estatales, buscan entre esos representantes autóctonos un vínculo con el poder local. El alcalde o el presidente autonómico no tienen que sugerir nada, la empresa o la institución visitante ofrece candidatos de su gusto con la esperanza de obtener algunas ventajas, o en todo caso ahorrarse algo del rozamiento con el siempre particularísimo carácter local. De ese modo, los poderes de toda índole, en su inscripción sobre un territorio, se vuelven también reaccionarios y se adhieren a las inercias del lugar. La importación se hace intolerable frente a los valores de la tierra, siempre amenazados, así que hay que adaptarla a esa palabra tan fea que es “idiosincrasia”. En algunos casos, la pura exterioridad permite un pacto de no agresión entre facciones rivales, y entonces alguien de fuera se cuela como un tercero en discordia que pasaba por allí. Pero esto ocurre cuando hay rivalidad interna y no está en juego nada serio. Por lo común, lo que se pone en marcha es cierto reparto previsto en el tráfico de familiaridades que incluso permite tolerar al más odiado del pueblo con tal de que sea del pueblo. A partir de ello, el secreto de esa burguesía y de los hijos que promocionan es que nunca consideran que deban demostrar su valía, no hacen oposiciones o las amañan previamente, no deben rivalizar, provienen de un estatus que querría parecerse al de una antigua aristocracia. Lo que les es dado no les corresponde, pero se amparan en esa lógica localista.

Dibujo de Joaquín Moya para Gedeón.

En el proceso de concentración de las esencias reaccionarias, los agentes de poder intermedio, que son correas de transmisión de una voluntad coercitiva de la comunidad, aplican indiscriminadamente su capricho creyéndose portadores de la voluntad de lo que “debe ser”, es decir, de una serie de normas no escritas que intentan adaptarse con la debida fricción, o con cierta violencia si fuera necesario, al espíritu de normas más generales, que provienen de los estados o de los mecanismos regulatorios externos. Es decir, son agentes activos de esa corrupción intermedia que cala en las sociedades democráticamente deficitarias. Es un mecanismo autoinmune, una resistencia pasiva al cambio que afecta a muchos niveles de funcionamiento. Lo reconocemos fácilmente en las dinámicas provincianas, pero es aplicable a muchas otras estructuras: a la académica, a la cultural, al tejido empresarial. Se asienta en lo que he denominado en otras ocasiones, los “gerentes discretos”, esos cargos intermedios pero ejecutivos que administran forma de hacer para preservar los privilegios de los locales y a la que se van adaptando los que llegan de fuera para no alterar el ecosistema, o la flora intestinal que procesa las heces que allí se reparten.

Por eso se me ocurre que un desafío importante está en la negociación con esa inercia. Porque uno de los problemas de la tan deseada regeneración democrática pasa por evitar que vuelvan a situarse en esos papeles, con nuevos disfraces legitimados, los que protagonizaron algunos episodios antiguos. Por eso no deja de asombrarme el fervor de conversos con el que algunos a los que conocimos en puestos de dirección o en cargos de responsabilidad abrazan ahora la nueva fe, como si no hubieran tenido antes la posibilidad de cambiar algunas cosas. Mientras tanto, los de siempre siguen ocupando sus espacios heredados, quizá disfrutando del espectáculo.

This entry was posted on Domingo, mayo 29th, 2016 and is filed under Avistamientos. You can follow any responses to this entry through the RSS 2.0 feed. You can leave a response, or trackback from your own site.

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