gina pane
A veces en los medios hay cambios de última hora en la extensión de los artículos que te piden. Esto pasó con la última crítica que enviaba a El Cultural sobre la exposición sobre Gina Pane del MUSAC. Os dejo aquí el texto completo porque finalmente tuvimos que acortarlo un poco:

Montaje de dos de las obras de gina pane en el MUSAC: Action, Stripe-Rake (1969) y Action escalade non anesthésiée (1971)
Desde 1990 no habíamos tenido la oportunidad de ver en su conjunto una muestra sobre Gina Pane. Entonces, hace 26 años, fue gracias a la retrospectiva que el La Virreina le dedicó el mismo año de su muerte. Ahora tenemos la posibilidad de ver de nuevo algunas de sus obras más importantes en el MUSAC de León bajo el título de Intersecciones, con un comisariado de Juan Vicente Aliaga. El hecho de recuperar a Gina Pane después de tanto tiempo podría ser un motivo suficiente para justificar esta exposición, sin embargo, hubiera sido de agradecer cierta donación de sentido para la muestra, para la artista, para esa presencia tan relevante en la historia del arte del siglo XX. Porque, tal como se nos presenta, el enfoque vagamente retrospectivo de las algo más de 20 piezas seleccionadas no basta para ofrecer algún nuevo sesgo sobre su papel histórico, o sobre cualquier otro asunto de los muchos que se derivan de su trayectoria. Más bien se conforma con una celebración del significante “Gina Pane” como figura mítica.
A pesar de esta somera conmemoración, sin duda vale la pena volver a encontrarse con Action escalade non anesthésiée de 1970-1971, que inauguraba una etapa en la que parece situarse el centro de gravedad de sus aportaciones. Aquella primera acción llevada a cabo en su estudio de forma casi privada daba un giro decisivo sobre las premisas post-escultóricas de finales de los años 60, de las que también tenemos muestras interesante, entre ellas la enigmática Souvenir enroulé d’un matin bleu (1969) o La Pêche endeuillée (1968-1969), algunas de cuyas variantes se instalaban sobre espacios abiertos en conexión con prácticas expandidas en entornos naturales. Así que algo de ese paso trascendental queda recogido en el orden ortodoxo y cronológico que se nos propone, y que nos va llevando hacia una segunda sala en la que nos reencontramos con las intervenciones más poderosas.
Si al estrenar la década de los 70 Gina Pane se había subido a aquella estructura metálica con protuberancias que herían sus manos y sus pies desnudos al escalarla, las acciones que iban a sucederse después vendrían a incorporar el juego de la herida y el estigma en un universo icónico inconfundible. Ahí están Action Transfert (1973), también la contundente Action posthume de l’action Death control (1974), o Action Psyché, del mismo año. Un conjunto de operaciones corporales anotadas y fotografiadas por la artista y por Françoise Masson, que la acompañó en ese registro visual con el que reelaboraba los momentos puntuados en las heridas causadas por sus rituales. Una referencia necesaria, por tanto, a la fotógrafa que llevó a cabo el seguimiento reconstructivo de aquellos eventos efímeros. Gina Pane mantuvo así un delicado equilibrio entre el carácter elemental de sus acciones y su capacidad para una sugestión que nunca cayó, ni en la insignificancia, ni en el manierismo artificioso de algunos otros artistas de la performance o el happening. Quizá por eso la potencia feminista que subyace en muchas de sus propuestas, como Azione sentimentale (1973), está implícita de forma particularmente sutil en sus fórmulas, en las instrucciones a las que ella misma se somete al poner en juego el cuerpo y la herida que lo abre al mundo, lejos del voluntarismo temático o la obviedad. Por ello, los interrogantes que afloran en esos cortes y esas pequeñas hemorragias plantean la necesidad de reconstruir la anécdota. Porque los preparativos y la ejecución de sus protocolos autoimpuestos son parte de una complejidad simbólica que sus acciones contienen y demandan al espectador.
La tercera sala está dedicada a las planchas de metal e inscripciones bidimensionales de los años 80 inspiradas en La leyenda dorada, el libro hagiográfico del cronista medieval Jacques Voragine, iniciado hacia 1260. Es intuitiva la asociación de las vidas de los mártires con el relato de los estigmas en memoria del cuerpo. Pero también es cierto que el cambio de registro que suponen esas obras contrasta con el valor conceptual y visual de las de la década anterior. Es como si por un momento se tratara de un artista notablemente inferior a la Gina Pane que conservamos en el recuerdo, excepto quizá el vídeo Action Little Journey, de 1977, también presente en este epílogo expositivo, aunque no pertenece al nuevo planteamiento que recapitula con resonancias religiosas un hilo conductor por otro lado coherente. La deriva final de su obra, que parece sustituir la ritualidad poética por un juego de asociaciones historicistas con la iconografía cristiana, hubiera sido reveladora en un recorrido más amplio por su trayectoria como aporte informativo. Pero en una selección de menor escala puede resultar anecdótica y desactivar la potencia de las salas anteriores. En cualquier caso, vemos en esta nueva exposición que nos brinda el MUSAC una oportunidad para acceder al impacto de instalaciones e imágenes de una Gina Pane absolutamente necesaria.
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